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PUERTO PRÍNCIPE, Haití - Fanie Derismé nació en lo alto de las montañas a las afueras de la capital de Haití, Puerto Príncipe, y fue 1 de los 13 hijos hacinados en una casa de tres habitaciones. Sus padres tenían un huerto próspero con el que alimentar a la familia y su madre era una carnicera de renombre.

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Pero las presiones de una familia numerosa alentaron la decisión de sacar a Fanie de la escuela a los 10 años para trabajar en casa de un primo que vivía en la ciudad. Se esperaba que tendría la oportunidad de continuar sus estudios.

Pero ese sueño pronto se desvaneció en el agotamiento de las tareas domésticas que requerían mucho tiempo, y en los abusos frecuentes en el seno de su segunda familia.

A los 20 años, Fanie se había enamorado y estaba embarazada. Si bien ese no había sido el plan, la única advertencia que había recibido era que “acercarse demasiado” a un hombre podía ser peligroso. A los seis meses, su novio la dejó por otra mujer, y Fanie tuvo al niño sola.

Hoy, su hijo tiene 15 años y va a la escuela, pero Fanie está sometida a un estrés constante para poder llegar a fin de mes. Limpia casas para obtener un ingreso y desearía haber tomado su propia educación más en serio y haber podido cumplir su sueño de ser cocinera, tal vez abrir un pequeño restaurante.

“Tengo experiencia y conocimientos, pero un diploma supondría un reconocimiento de lo que puedo hacer”, dice Fanie. “He tenido que aceptar muchas cosas, como vivir en casa de otras personas, hacer todo el trabajo y ser constantemente humillada. Espero que mi hijo aprenda y llegue a ser alguien, y viva mucho mejor que yo”.

Le gustaría tener otro hijo, pero le preocupan los costos y la falta de una relación estable.

“No quiero estar con un hombre, tener un hijo, ver que no funciona y afrontar sola todas las responsabilidades”, dice ella. “Solo con dos fuentes de ingresos estaría en disposición de mantener a un niño”. Por ahora, confía en los preservativos para evitar el embarazo, pero se han encarecido; los dispensarios públicos no siempre los proveen de manera gratuita como hacían antes.

Otras presiones provienen de sus hermanas, que tienen muchos más hijos y esperan que ella las ayude.

Una hermana entregó dos hijos a una organización internacional que prometió darles una educación y devolverlos a los 18 años, pero nunca regresaron. Nadie conoce su paradero.