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PETEN, GUATEMALA (1 de agosto de 2011) — Una tarde del pasado otoño, Marcelino Coc circulaba en bicicleta por un camino de tierra de la provincia de Petén, en Guatemala, ansioso por encontrar a alguien que pudiera llevar en coche al hospital de Sayaxché a su esposa María, de 25 años de edad. Si esto se tornaba imposible una partera podría ayudarle. En realidad, buscaba a cualquiera que pudiera echarle una mano.
María estaba a punto de dar a luz en su pequeña casa, situada junto a la maltrecha carretera. Marcelino era consciente de que si lograba darle los cuidados que necesitaba, estaría marcando la diferencia entre la vida y la muerte. María ya había roto aguas. En dos ocasiones anteriores ya había dado a luz en su propia casa, sin embargo, los partos habían durado tan solo una hora y no tuvo ningún tipo de problema. Esta vez, las cosas no estaban saliendo de la misma manera. María estaba sufriendo y necesitaba atención de manera urgente.
 
Durante el día, la selva de Petén parece el paraíso, un lugar dotado con una gran belleza natural y una abundante flora y fauna. Sin embargo, el panorama se torna diferente una vez cae la noche. La ausencia de electricidad y de línea telefónica, así como la imposibilidad de acceder a los servicios de salud imponen una realidad mucho más desalentadora.
 
Comunidades incomunicadas por el corte de carreteras
María y Marcelino viven en una pequeña comunidad indígena Queckchí, curiosamente denominada “Ya veremos”. Esta localidad está situada a orillas del río Salinas, que bordea el estado mexicano de Chiapas, y se encuentra a 40 kilómetros (unas 25 millas) del hospital más cercano de Sayaxché. En principio, esta no sería una distancia importante en una carretera pavimentada, el problema está en que por la carretera hacia Sayaxché sólo pueden pasar camiones o 4x4. De hecho, en ocasiones, durante la época de lluvias, la carretera se hace inaccesible y las comunidades de los alrededores permanecen incomunicadas durante días.
 
Ese martes por la tarde, la única opción que tenía Marcelino era agarrar su bicicleta y buscar ayuda desesperadamente. La suerte se puso de su lado, ya que dos vehículos de UNFPA, Fondo de Población de Naciones Unidas, estaban visitando justo ese día su comunidad y cuando pasaban por donde allí, Marcelino les paró. Rápidamente llegaron a la modesta casa de madera y María, ayudada por su marido, pudo introducirse en la parte delantera de uno de los vehículos de UNFPA. Marcelino tomó asiento en el otro todoterreno y, acto seguido, partieron rumbo al hospital por la abrupta carretera. Para aquel entonces ya había caído la noche cubriendo con su manto toda la selva y dando paso a diversas criaturas nocturnas como zorros y tarántulas, cuyas siluetas eran fácilmente reconocibles por las luces de los vehículos.
 
Después de conducir una hora por caminos llenos de surcos y lodo, atravesando riachuelos y grandes ríos en ferry, la comitiva se paró en un pequeño centro de salud donde la comadrona a cargo, se aprestó a ponerse unos guantes de látex esterilizados por si María daba a luz en el camino.
 
En esta ocasión, un final feliz
 
Los vehículos continuaron su camino durante otra hora más y justo después de llegar al hospital, María dio a luz a una niña sana.
 
No todos los partos tienen un final feliz como éste. En América Latina y el Caribe, una mujer muere cada veinte minutos por causas relacionadas con el embarazo y el parto. Unas muertes, que dicho sea de paso, se podrían evitar.
 
La tasa de mortalidad materna es especialmente alta entre la población indígena. En Guatemala, el 40 por ciento de la población es indígena y representan el 62 por ciento del total de muertes maternas. Las tasas de muertes maternas en este país se sitúan entre las más elevadas en la región, contabilizando 290 muertes por cada 100.000 nacidos vivos. Estas cifras corresponden a estimaciones de 2005, sin embargo, el Gobierno considera que los recientes esfuerzos realizados han logrado reducir el número señalado a casi la mitad. De cualquier manera, detrás de las cifras oficiales se esconde un número mucho más alto de muertes maternas en sectores indígenas marginalizados.
 
UNFPA considera que existen cuatro grandes obstáculos que contribuyen a aumentar la mortalidad materna. Uno de ellos es el retraso en la identificación de signos de riesgo, el segundo son las demoras en la búsqueda de servicios adecuados de salud, mientras que el tercero es el difícil acceso a los servicios de salud. Finalmente, cabría destacar la pobre calidad de los servicios.
 
Escasez de personal sanitario capacitado
 
En Guatemala UNFPA trabaja en colaboración con el Ministerio de Salud para abordar el tema de la falta de personal capacitado y de otro tipo de carencias en el sector salud que repercuten en el alto número de muertes maternas. Este trabajo incluye la mejora de los servicios de salud reproductiva a lo largo y ancho del país, el perfeccionamiento en el registro de los casos de muertes maternas, la puesta en marcha de servicios de planificación familiar, así como la capacitación de las parteras y de los denominados “promotores de salud”, que imparten conocimientos sobre asuntos relacionados con la salud a los miembros de las comunidades.
Roy Fitzgerald Flores, Director de Salud del distrito suroeste de Petén, asegura que otro de los principales problemas es la falta de doctores. Actualmente, el distrito cuenta con 27 médicos, pero necesitaría 160 para poder atender las necesidades de la población.
 
“El problema es que nadie quiere vivir ni trabajar aquí”, afirma. La zona dispone de un presupuesto para contratar a tres doctores más, explica, sin embargo las plazas siguen vacantes debido a la falta de candidatos cualificados.
Incluso si hubiera el suficiente número de doctores en los hospitales, las mujeres embarazadas que dieran a luz en comunidades indígenas como la de Chinajapec seguirían afrontando riesgos, puesto que esta pequeña localidad compuesta por unas 16 familias está ubicada en un cerro de la selva que se encuentra al sudeste de Petén y al que no llegan carreteras ni tampoco la luz o el teléfono. El hospital más cercano se encuentra a unas seis horas a pie.
 
Las comunidades indígenas afrontan retos adicionales
 
Las autoridades sanitarias se encuentran también con innumerables retos que deben abordar. El doctor Hanibal Coti, director de una pequeña clínica en El Estor, una localidad de la provincia de Izabal, asegura que las costumbres de los pueblos indígenas les empujan a no solicitar asistencia médica. Muchas mujeres indígenas se muestran reacias a ser examinadas por profesionales de salud varones y prefieren dar a luz en sus casas, asistidas normalmente por parteras poco capacitadas o por sus maridos, que a veces no tienen ningún tipo de experiencia.
 
“Por este motivo nosotros ponemos mucho énfasis en capacitar y dotar de equipos adecuados a las parteras”, explica Mario Aguilar, Representante Auxiliar de UNFPA en Guatemala. Otra solución para quienes habitan en comunidades remotas pero buscan asistencia médica en los hospitales es el establecimiento de las llamadas “casas de espera”, localizadas en zonas próximas a las clínicas y hospitales. Las mujeres que estén a pocos días de dar a luz pueden ir allí, de tal manera que puedan estar más cerca del centro médico y puedan ser atendidas ante posibles emergencias.
 
UNFPA y el Gobierno de Cataluña (España) acordaron recientemente financiar la creación de una casa de espera en las inmediaciones del hospital de Sayaxché. Cuando se haya terminado la construcción, Marcelino y la gente de la zona no tendrá que encomendarse a nadie cada vez que las mujeres embarazadas necesiten ser llevadas con urgencia a un centro hospitalario cercano.