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CHIRIQUÍ, Panamá - “Son tres horas a pie”, dice Eneida, de 25 años, mientras describe con naturalidad la ardua caminata por la montaña que ha completado a finales de su noveno mes de embarazo para llegar al centro de espera para embarazadas (o “casa materna”).

Eneida vive en la Comarca Ngäbe Buglé, una región remota habitada por los pueblos indígenas ngäbe y buglé situada en lo alto de las montañas del oeste de Panamá. La comarca solo dispone de unas pocas carreteras asfaltadas, que están llenas de socavones. Algunos de sus habitantes se desplazan a caballo. La mayoría lo hace a pie. Por esta razón, muchas mujeres embarazadas dan a luz en casa. No es casualidad que la comarca tenga la tasa de mortalidad materna más alta del país.

Eneida optó por pasar los últimos días de su embarazo en la Casa Materna de San Félix, un centro de espera para embarazadas que les proporciona alimentación, atención sanitaria y transporte hasta los servicios de parto seguro. “Me gusta. Es un sitio muy agradable”, comenta.

Esta casa materna es solo uno de los numerosos servicios de salud sexual y reproductiva que se han instalado en la comarca gracias a la labor organizada de la Asociación de Mujeres Ngäbe, un grupo que se creó hace 30 años con un objetivo muy distinto. Por aquel entonces, en la década de 1990, las mujeres de la comunidad tenían otra ambición: un mercado donde vender sus artesanías.

“Empezamos a reunirnos y a definir nuestros problemas y nuestras necesidades”, comenta Gertrudis Sire, presidenta de la Asociación de Mujeres Ngäbe. Pronto quedó claro que algunos de los mayores obstáculos para salir de la pobreza no eran económicos, sino reproductivos. “Las mujeres de la comunidad se plantearon que tenían muchos hijos y que eso suponía un problema”, recuerda Sire. La presidenta de la asociación explica que cada vez que una mujer no podía alimentar a sus hijos, utilizaba la palabra clave “julio”, un reflejo de lo rutinaria que era esta situación. “Tengo mucho julio en mi casa”, decían. “Julio” era una forma de referirse a la hambruna que padecía la comunidad. Llegaron a la conclusión de que una forma de paliar el problema era tener menos hijos.

Salieron a la luz otras necesidades en materia de salud sexual y reproductiva. “Nos dimos cuenta de que las mujeres morían en sus casas al dar a luz. Ni siquiera había un medio de transporte previsto porque en la región no había ningún hospital materno-infantil”. La asociación se puso en contacto con el Ministerio de Salud y el UNFPA, y juntos establecieron una red de trabajadores sanitarios para que prestaran asistencia y llevaran a cabo una labor de sensibilización sobre salud materna, anticoncepción y nutrición infantil. “Cuando empezamos a hablar de estos temas, nos dimos cuenta de que eran verdaderamente importantes para las mujeres”, confiesa Sire.

La CIPD de 1994 reconoció de manera significativa la relación de refuerzo mutuo entre la igualdad de género, la salud sexual y reproductiva y el empoderamiento económico. Pero la experiencia de la Asociación de Mujeres Ngäbe demuestra que esta toma de conciencia también se estaba produciendo en los rincones más remotos del mundo, conforme las mujeres empezaban a tomar las riendas de la planificación de sus familias y a invertir en un futuro mejor para ellas y sus comunidades. Desde lo alto de su comunidad en plena selva tropical, la Asociación de Mujeres Ngäbe activó, de forma independiente, un círculo virtuoso de autonomía reproductiva, mejora de la salud y reducción de la pobreza.

Eira Carrera, intérprete cultural en el Hospital Materno Infantil José Domingo de Obaldía, empezó su carrera como promotora de salud en la comarca. “Eso fue en el 96 o el 98”, recuerda. “Los promotores tratábamos temas como la salud sexual y reproductiva, que engloba infecciones de transmisión sexual, citologías vaginales, todo lo relacionado con la salud sexual y reproductiva, planificación familiar, violencia doméstica e incluso paternidad responsable”.

Los mensajes tenían mejor acogida entre las mujeres que entre los hombres. Mientras que, por lo general, las mujeres se interesaban por los beneficios de la planificación familiar ―“puesto que para ellas era una necesidad”, matiza Carrera―, los hombres se mostraban menos receptivos. “Los hombres despreciaban este recurso”.


Eira Carrera, intérprete cultural en el Hospital Materno Infantil José Domingo de Obaldía, empezó su carrera como promotora de salud en la comarca.

En los tres decenios que han transcurrido ha habido avances. A la pregunta de si las mujeres ngäbe dirían que toman sus propias decisiones en materia de anticoncepción, Carrera responde: “De cada 10 mujeres, aproximadamente 8 podrían decir que sí”. Pero aún queda mucho por hacer. El problema del machismo se ve agravado por la discriminación étnica persistente a la que se enfrenta la comunidad ngäbe. Hasta hace poco, los miembros de esta comunidad debían sentarse en la parte trasera del autobús cuando viajaban fuera de la comarca. Incluso en la actualidad, apenas tienen oportunidades laborales, y muchos hombres ngäbe sobreviven trabajando como mano de obra migrante en las plantaciones. 

Para las mujeres, esta conjunción de marginación étnica y desigualdad de género sigue siendo mortal. “La mayoría de las muertes maternas se deben concretamente a que el marido no ha podido llevar a su mujer a recibir atención”, explica Humberto Rodríguez, enfermero responsable del distrito de Nole Duima, al describir las muertes de mujeres cuyos maridos estaban de viaje cuando ellas se pusieron de parto. “Si el marido no está en casa en ese momento, ella no puede tomar ninguna decisión”.

Carrera añade que, por lo general, el sistema de salud desautorizaba a las mujeres ngäbe. “Los médicos estudiaban el expediente y atendían a la mujer. Si la mujer no estaba de acuerdo con el tratamiento, se lo imponían a la fuerza o la abandonaban a su suerte, vulnerando sus derechos. La situación actual es completamente distinta”. Carrera actúa ahora como intérprete entre el personal sanitario que habla español y los pacientes que hablan ngäbe. También imparte capacitación al personal del hospital para que su atención sea adecuada desde el punto de vista cultural. Según Carrera, cuando las mujeres reciben un trato digno e informado suelen dar su consentimiento al tratamiento. “Pero si no acepta, se respeta su decisión”.

Carrera también pretende que las mujeres entiendan la autonomía corporal en el contexto de sus relaciones. “Hablo con las madres, les digo que no están obligadas a mantener relaciones sexuales con sus maridos en contra de su voluntad, que eso es abuso sexual”, explica Carrera. “Aún queda mucho trabajo en ese sentido”.

Sin embargo, Sire subraya que estas cuestiones no son patrimonio exclusivo de la comunidad ngäbe. “Es un problema generalizado”, afirma. “Siempre existirá el machismo, y la discriminación nunca desaparecerá, porque está en todas partes. Pero las personas como nosotras, las de la asociación, ya tenemos una formación. Llevamos una armadura”. 

Eneida, la mujer que espera el nacimiento de su tercer hijo, también lleva esa armadura. Pero no se muestra a la defensiva, sino receptiva y sonriente. Su armadura es su confianza. A la pregunta de si ella y su novio quieren tener más hijos, responde que no está segura. Pero cuando se le pregunta si su pareja apoyaría sus decisiones en materia de planificación familiar, no lo duda: “Sí. Claro. Me apoyaría. Por supuesto”, afirma Eneida. “En todo lo que yo decida”.