BOGOTÁ, Colombia - Griseida, una joven de 28 años de edad, salió de Venezuela en un momento en el que no podía encontrar empleo para alimentar a sus cinco hijos. Marlyng, de 35, también salió debido a la falta de empleo, y tuvo que dejar detrás a dos de sus tres hijos hasta que pudiera establecerse. Ellas son solamente dos de los aproximadamente 1.6 millones de migrantes que existen en Colombia – la mayoría de los cuales no cuentan con estatus migratorio- y que han huido de la crisis humanitaria de Venezuela, que lleva ya varios años.
El 8 de febrero, el presidente de Colombia, Iván Duque, dio nuevas esperanzas a los migrantes venezolanos al concederles un estatus legal temporal durante 10 años, momento en el cual podrán solicitar su residencia. Esta medida, que ha sido motivo de elogios, permite que los migrantes trabajen y tengan acceso a servicios de salud. De acuerdo con el Organismo de las Naciones Unidas para los Refugiados, se estima que existen 5.4 millones de migrantes y refugiados venezolanos en el mundo. De acuerdo con un informe publicado en el mes de enero, 162,000 caminantes (migrantes que viajan a pie) pasarán por Colombia este año. Muchas de las mujeres y niñas están en riesgo de padecer explotación sexual y violencia. De acuerdo con el Sistema Integrado de Información de Violencias de Género (SIVIGE), a diciembre de 2020 el grupo extranjero que reportaba el mayor número de casos de violencia era el de las mujeres venezolanas.
El UNFPA ha visto ese influjo de primera mano, con 19 espacios seguros establecidos en el Norte de Santander y Arauca en la frontera colombo-venezolana, así como en Nariño y Chocó del lado del Pacífico. En 2019 se capacitó a más de 350 mujeres como lideresas comunitarias para identificar y mitigar riesgos de violencia de género y apoyar en acciones de prevención y respuesta. Ellas pudieron atender a más de 4,000 migrantes venezolanas, mujeres indígenas, mujeres afrodescendientes, víctimas del conflicto armado colombiano y mujeres locales con un riesgo elevado de sufrir violencia de género.
Cuando surgió la pandemia de COVID-19, todas las actividades de los espacios seguros comenzaron a realizarse virtualmente. Este año, el UNFPA planea abrir seis espacios más, que ofrecerán los mismos servicios psicosociales, información y actividades para 3,200 mujeres más.
Las voces de las migrantes venezolanas
Las lideresas comunitarias no solo realizan labores de divulgación dirigidas a mujeres migrantes. También están compartiendo sus propias historias de fortaleza y supervivencia para inspirar a otras mujeres.
Griseida, por ejemplo, habla abiertamente acerca de la violencia que ella experimentó durante su trayecto a Venezuela en 2018, y cómo fue que, como migrante, sentía que no tenía derechos en Colombia. Pero después de visitar un espacio seguro se enteró de que sí los tenía.
También pudo obtener un implante para evitar embarazos futuros, recordó en un video producido para la campaña “Con Todos los Sentidos”, que comparte experiencias reales de mujeres migrantes.
Griseida también habla con otras mujeres, en cuyos zapatos estuvo alguna vez, acerca de temas relacionados con la violencia por razón de género y la salud y los derechos sexuales y reproductivos. “Me siento feliz de poder ayudar a mujeres que están pasando por situaciones difíciles”, comentó. “Solo alguien que viene de un pasado de violencia, como nosotras, puede ayudar a personas que están sufriendo hoy. Y si eso significa que tengo que ir hasta el fin del mundo para salvar a una mujer que está siendo maltratada, ahí estaré”.
Una cadena de favores
Marlyng también está alzando su voz. Por espacio de un año, después de haber llegado en 2017, sobrevivió gracias a la generosidad y las donaciones de personas desconocidas hasta que pudo vivir por su cuenta. Para devolver el favor, abrió su propio hogar a migrantes que necesitaban un lugar para dormir; en una ocasión llegó a alojar hasta 26 personas en su casa. Una de esas invitadas era una adolescente que estaba siendo víctima de abuso a manos de su pareja. Marlyng la acompañó a un espacio seguro del UNFPA. La joven nunca regresó, pero a Marlyng la invitaron a convertirse en lideresa comunitaria.
“Siempre he sido una persona servicial”, afirma. “Ser lideresa me da la oportunidad de ayudar a las mujeres. Darles esa palabra de apoyo, de decirles que no están solas. Eso mueve mi corazón grandemente”.
Juliana, una estudiante colombo-venezolana de 17 años y lideresa comunitaria, ha vivido en ambos países y ha estado asistiendo a un espacio seguro por alrededor de un año. “He aprendido acerca de mis derechos y mis posibilidades”, afirma. “Les he explicado a muchas compañeras del colegio sobre el valor que tenemos como mujeres y que no nos podemos quedar calladas ante una violencia, ya sea física o verbal”.
Fue en el espacio seguro que se enteró de la educación en sexualidad; ahora entiende que, para poder alcanzar su meta de convertirse en psicóloga, no puede quedar embarazada a una edad temprana, Pero, más que nada, “Me gusta porque nos ayuda a valorarnos como mujeres, a subir nuestra autoestima y a querernos”. Y esa es una lección que debería traspasar todas las fronteras.