COMARCA GNÄBE BUGLÉ, Panamá - Carmen Bejarano llegó al Centro de Salud de Soloy transportada en hamaca, desde Cerro Cucaracha, a tres horas de camino. Ella tuvo dos días con dolor, pero las lluvias y la falta de transporte fueron sus impedimentos para salir. Esta situación es una de las cuatro demoras en la atención del parto que no debe ocurrir en la Comarca Ngäbe Buglé.
Para situarnos, hay que decir que la comarca es un territorio de 6,968 km2, habitado por dos grupos indígenas, los Ngäbe y los Buglé. Allá, lejos de todo desarrollo, la mayoría —son 224 mil personas— vive en extrema pobreza. Sus comunidades están asentadas entre ríos, como el Tabasará, montañas y pendientes, conectadas por caminos que, en algún punto, interceptan la única carretera de asfalto. Son entonces carros 4x4 con vagón adaptado la flota del transporte interno.
Por la pandemia, el transporte está paralizado. Esto no afecta a los pueblos cercanos a los centros de salud, pero sí a los distantes como Sardina, en Susama, o Piedras Rojas, en Kankintú, que están a cinco y 48 horas de camino.
En esta comarca, el sistema de salud panameño mantiene grandes desafíos. Sin embargo, durante los últimos 15 años, el Programa de Salud Materno Infantil de la Región de Salud de la Comarca Ngäbe Buglé, con el acompañamiento técnico del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), ha logrado importantes avances en la reducción de la mortalidad materna, mediante estrategias que incorporan la interculturalidad y sensibilización del personal médico y sanitario.
Un cambio cultural para asegurar la vida
No sabemos si fue el golpe de realidad de perder 40, 50 o incluso 80 vidas anualmente o las charlas en Ngäbere que dio la multiplicadora comunitaria: “Ja ngübädre kräkä juete ne abäkä kwin mäkräke aune ngäbäkre chi ye gräke” (el parto institucional es seguro para ti y bueno para el bebé), lo cierto es que han aumentado los controles prenatales y los partos institucionales en la región.
Para comprender la dimensión de este cambio de comportamiento, un doctor del Centro de Salud de Hato Chamí explica que para la mujer Ngäbe el parto es una tradición. Ellas paren de forma vertical, en cuclillas. Para el alumbramiento, la casa de la embarazada se llena de mujeres, todas contentas y prestas a ayudar, pero si, en el proceso, sucede una complicación con el bebé o la madre, incluso la sabiduría de la partera más experimentada puede fallar.
El cambio de comportamiento también fue evidente en el marido y en la comunidad. Se aprendió que hay momentos cruciales en los que no se puede esperar a que salga el sol o se elimine el COVID-19, hay que sacar a la parturienta en hamaca, y una hamaca necesita varios brazos y se consiguen.
Las casas maternas: un alivio
En lugares y momentos así es necesario una cama donde descansar y un plato caliente. En otras palabras, una casa materna, un lugar de corta estancia para mujeres embarazadas o que presenten complicaciones posparto, situados estratégicamente cerca a centros de salud y hospitales, para evitar demoras. Estas casas ofrecen hospedaje y alimentación para la mujer más la posibilidad de un acompañante (esposo, madre o hermana).
Actualmente en la comarca hay cinco casas maternas. Ahora, con todo lo avanzado por esfuerzo de parte (la comunidad) y parte (el sistema de salud), 86* casos de COVID-19 en la comarca (número de casos hasta el 26 de mayo) amenazan este esfuerzo.
Descenso en el número de partos institucionales
Según cifras del Programa de Salud Materno Infantil de la comarca, los partos institucionales han bajado en el Centro de Salud de Soloy y en el Centro de Salud de Hato Chamí:
- El Centro de Salud de Soloy, desde enero hasta principios de abril, atendió 60 partos; en el mismo periodo de 2019 había atendido 105.
- El Centro de Salud de Hato Chamí atendió 50 partos; en el mismo periodo, el año pasado, atendió 89 partos.
Multiplicadoras comunitarias, administradoras de casas maternas, personal de salud de Hato Chamí y Soloy, y una madre en espera explican la situación actual.
Tomasa González, de la Casa Materna de Hato Chamí, dice que ella estuvo visitando a las comunidades para captar a las embarazadas previo a la llegada del coronavirus.
Karina Sánchez llega desde Quebrada Guabo a la Casa Materna de Hato Chamí. Habla el español como segunda lengua, tiene acento bonito y actitud resuelta. Alguien le pregunta por qué está allí, ella responde corto: “para estar más segura y más cerca del hospital”.
Aunque no ha tenido la casa llena, es evidente la satisfacción de Tomasa González al decir que hay quienes han encontrado la manera de llegar al albergue; hace una pausa, mira hacia ambos lados y prosigue: “No hay alimento y ellos acaban de llegar. Ellos piensan que uno va a tener atenciones con ellos y no hay alimento. Entonces eso es importante, porque se nos corren”.
En la Casa Materna de Soloy, otra colaboradora se queja de lo mismo: “La comida no debe hacer falta para las embarazadas que vienen”. Tienen en este momento siete huéspedes; cinco de ellas tienen caras juveniles.
Ángel Rodríguez, enfermero con 15 años de servicio en la comarca, dice que la población tuvo temor al principio, pero que ahora —en mayo— están llegando más parturientas al centro. Se ha percatado, además, de que otras usuarias están prefiriendo parir allí, en el Centro de Salud de Soloy, antes que viajar hasta el Hospital Materno Infantil José Domingo de Obaldía, en la ciudad de David, precisamente para evitar mayor exposición al Coronavirus.
El enfermero y Mariana Marcusi, multiplicadora comunitaria de la Casa Materna de San Félix, opinan que las Ngäbe han asimilado que con la higiene pueden prevenir el coronavirus en su entorno. A pesar de que una mujer con ocho o nueve meses de gestación —advierte Marcusi— puede presentar dificultades para respirar, ellas se colocan su mascarilla de tela hecha en casa. Acá es común visitar a los parientes, dice, “yo les recuerdo que ‘eso es lo que puede llevar el coronavirus a tu casa”. Carmen Bejarano, la ciudadana que llegó en hamaca a Soloy, tuvo un niño sano. Después de dos días, partieron rumbo a casa, en un transporte que le consiguió el personal de salud.
Desde que se reportó el primer caso de COVID-19 en Panamá, el 9 de marzo, nadie ha podido librarse de sus efectos directos e indirectos, ni ricos ni clase media ni pobres, nadie. En el país, se puso en marcha una campaña denominada Panamá Solidario, con la intención de ayudar a los más golpeados por la pandemia. Este pueblo indígena de familias numerosas, que viven en casas de penca o zinc, alrededor del fogón, sin servicios básicos, ha necesitado de solidaridad desde mucho tiempo antes. ¡Es hora de apoyarlo!
Texto: Vannie Arrocha con colaboración de Osman de Esquivel