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ASUNCIÓN, Paraguay - El personal de salud que trabaja en contextos culturales diversos encuentra una realidad desafiante: abordar la salud sexual y reproductiva. Ellas y ellos encaran retos al interior de las comunidades indígenas, se adaptan y avanzan de manera interculturalmente respetuosa. Para las comunidades tampoco el desafío es menor, particularmente para las mujeres que buscan aportar, desde su mirada, a un tema tan fundamental.

Un choque cultural


Freddy Aquino, enfermero que trabaja en la comunidad indígena Kambay desde 2013. ©UNFPA Paraguay

Freddy Aquino (36 años) nació de humildes comerciantes en Caaguazú, a 180 kilómetros de Asunción, en el departamento que lleva el mismo nombre. Después de muchos sacrificios y como fruto de una gran determinación, culminó sus estudios universitarios y se recibió de enfermero. Desde 2013, trabaja en la Unidad de Salud de la Familia (USF) de la comunidad indígena Kambay.

La comunidad actualmente está integrada por más de 26 familias de las etnias mbya y ava guaraní y su población se dedica mayormente al cultivo de maíz y poroto, a la apicultura, la piscicultura y la ganadería.

Freddy recuerda que, al llegar, la primera instrucción que recibió su equipo de parte de sus directivos fue la de realizar un censo para conocer a la población.

“Llegamos a Kambay y tuvimos un gran choque cultural, pues encontramos niñas y niños sin ropa, sin vacunas, adolescentes embarazadas, con infecciones de transmisión sexual, padres a muy temprana edad o forzosos (que debían cuidar a sus hermanitos)”, expresa.

Sostiene Freddy que a esta conmoción inicial se sumó la actitud de la comunidad que no les dejaba acceder a ninguna información.

Las barreras no terminaban allí, pues se hablaba un guaraní diferente al que se usa en los centros urbanos.  “Lo primero fue aprender su idioma y su dialecto, y así ganarnos su confianza. El agujevete (saludo) es como una llave maestra, con eso te aceptan a vos como uno más. Se debe saludar y decir a cada integrante de la familia: es considerado un símbolo de respeto”, destaca.

En la actualidad, ya Freddy está integrado a la comunidad y desempeña un rol fundamental en la mejoría de la salud y la calidad de vida. Presta especial atención a adolescentes y trabaja en la provisión de servicios amigables para este grupo. Igualmente, ofrece a las personas información y atención en temas de salud sexual y reproductiva. 

Las personas, el centro de todo


Liliana Picanerai contribuye a la salud de las adolescentes de su comunidad. ©UNFPA Paraguay

 

Liliana Picanerai (44 años), conocida como Lili, pertenece a la etnia ayorea. Lleva más de 10 años trabajando como promotora de salud en su comunidad Ebetogué, ubicada en Mariscal Estigarribia, departamento de Boquerón en el Chaco Paraguayo, a unos 500 kilómetros de Asunción.

“Aquí son las personas quienes eligen a la promotora o promotor indígena de salud y fue muy difícil al comienzo porque nunca pude estudiar. Tuve mi hijo a los 14 años de edad.”

Lili comenta que no sabía cómo cuidarse y que en su comunidad las adolescentes no quieren tener hijos tan jóvenes; pero muchas, como ella, desconocen el uso de métodos anticonceptivos modernos y no saben cómo planificar una familia.

Al principio, no quiso aceptar la gran responsabilidad de ser promotora de salud indígena, pero toda la comunidad, incluyendo el líder, le expresaron que la apoyarían, lo que la animó a dar ese paso en su vida. Nunca pensó en todas las satisfacciones que le traería apoyar a su comunidad en la garantía del derecho a la salud.

Partos respetuosos


Tomasa Duré ha traído al mundo a la mayoría de las personas que viven en la colonia campesina de Yacare’i. ©UNFPA Paraguay

 

Tomasa Duré (59 años) vive en la colonia campesina Yacare´i, a 25 kilómetros de la ciudad de Caaguazú, del departamento que lleva el mismo nombre. Lleva años trabajando en el Puesto de Salud de su comunidad, donde es reconocida por su labor de obstetra, ya que ha traído al mundo a la mayoría de las personas que viven allí.

Ante un llamado del Ministerio de Educación para ejercer la docencia en escuelas rurales, la “señorita Tomasa”, como la conocían en su juventud, inició su vida laboral como maestra en Yacare´i.

Pero a Tomasa siempre le gustó enfermería. Entonces, cuando la invitaron a trabajar en una farmacia y clínica privada en Ciudad del Este, a casi 150 kilómetros, aceptó el reto. Esto le permitió adquirir conocimientos básicos e iniciar el desarrollo de competencias en la atención de la salud, particularmente en partería.

En una de las jornadas de vacunación casa por casa, Tomasa se fracturó una pierna, por lo que debió enyesarse y guardar reposo. Coincidentemente con esos días, llegó un ómnibus trayendo a una mujer en trabajo de parto acompañada solo de sus hijos pequeños. El chofer del vehículo la había acercado al Puesto de Salud en el único transporte disponible en la zona.

A pesar de su condición, Tomasa atendió a la mujer mientras su marido la ayudaba acercando sábanas limpias y cuidando a los niños. Esa noche, la mujer dio a luz mellizos. De allí, Tomasa ya nunca más dejaría su verdadera vocación: acompañar a las mujeres para que tengan partos respetuosos y gozosos.

A 30 años de la CIPD

A 30 años de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (CIPD), en Paraguay la planificación familiar es un derecho universal, garantizado en la Constitución Nacional y el Código Sanitario.

Sin embargo, aún persisten brechas importantes y hay niñas, adolescentes y mujeres que no pueden ejercerlo por encontrarse en situación de mayor vulnerabilidad. En el quintil más pobre, casi 5% de las adolescentes de 15 a 19 años ha tenido un nacido vivo antes de cumplir 15 años, mientras en el quintil más rico este porcentaje es 0.

Así mismo, las cifras oficiales indican que 1 de cada 10 niñas indígenas, de 10 a 14 años, tiene hijos y que 1 de cada 8 muertes maternas en adolescentes corresponde a una adolescente indígena.

Esto indica que las metas de la CIPD, y el capítulo del Consenso de Montevideo sobre pueblos indígenas y afrodescendientes, precisan un impulso mayor para que sean superadas las desigualdades que afectan a las niñas, adolescentes y jóvenes mujeres de las diversas etnias originarias y para que la atención a su salud sexual y reproductiva llegue a tiempo, con calidad y trato humanizado.