LA PAZ, Bolivia - Hace tres décadas, los embarazos en adolescentes eran un fenómeno naturalizado en Bolivia. Roxana Vargas, que vive en La Paz, quedó embarazada de Jesika, su primera hija, a los 19 años. “Fue entonces cuando tuve que casarme. Yo no sabía nada de métodos anticonceptivos, ni de planificación, pero al quedar embarazada mis padres me dijeron que debía casarme. Y así tuve que hacerlo”.
Roqui, como la conocen sus familiares y amigos, no terminó sus estudios. Fue niñera, cocinera y, finalmente, tras muchos sacrificios, logró ser una emprendedora exitosa vendiendo trajes que suelen llevar las mujeres de pollera en Bolivia, más conocidas como “cholas”.
En 2023, Bolivia registró 32.660 embarazos en adolescentes (15 a 19 años) que asistieron a controles prenatales en establecimientos de salud (Sistema Único de Información en Salud SUIS, Ministerio de Salud y Deportes, 2024). Pese a los avances, todavía es un reto lograr el descenso del número de niñas y adolescentes que enfrentan un embarazo, a costa de su vida.
Al no conocer de planificación familiar, muy pronto Roqui quedó embarazada de su segunda hija. Esta vez casi perdió la vida. “Me hicieron cesárea. Cuando ya me dieron de alta, tuve que volver al hospital, porque tenía dolores fuertes. Entré otra vez al quirófano para que me operaran porque se habían olvidado una gasa en mi interior. Me salvé de milagro”.
Alejandra Aliaga de Vargas es la madre de Roqui. Desde su niñez se dedicó a la agricultura y al tejido. Ahora que tiene 73 años, confiesa que la maternidad le trajo muchos cambios y retos.
Su primer embarazo fue atendido por una partera. “Cuando me embaracé volví a mi pueblo para dar a luz, allí me atendió una partera y todo estuvo bien. Me dio mates calientes y, controlando mi pulso, me dijo cuánto tiempo faltaba para dar a luz. Mi wawa (bebé) llegó sana”. Sin embargo, su segundo embarazo fue complejo. “Desde mis seis meses de embarazo, ya estaba mal. Salía pus de mi oído y mis manos se encogían. Al final de los siete meses, me hicieron una cesárea en un hospital. Casi me muero”, recuerda.
La mortalidad materna es una manifestación evidente de las desigualdades en Bolivia, ya que el 68% de ellas corresponde a mujeres indígenas y el 14% a adolescentes de 14 a 19 años (Ministerio de Salud y Deportes, 2016). Para evitar que más mujeres como Alejandra sufran complicaciones en su embarazo, con el consiguiente riesgo para su vida y la de su descendencia, es necesario garantizar servicios de salud integrales y de calidad.
Para Alejandra, no haber accedido a la educación por decisión de sus padres fue una barrera que la alejó de mejores oportunidades. “No he conocido la escuela. Mi mamá no quería ponerme”. Por eso, motiva a su nieta Jesika a estudiar y lograr sus metas profesionales.
“Algo que me ha enseñado mi abuelita es que no importa la edad que tengas, puedes seguir estudiando, porque mientras más conocimiento tienes, más ingresos económicos puedes recibir” señala Jesika Ajata, nieta de Alejandra e hija de Roqui.
Según el estudio Milena (2021), desarrollado en Bolivia por el Ministerio de Salud y Deportes y el UNFPA, con apoyo de la cooperación sueca, el embarazo en adolescentes perjudica los ingresos de las mujeres que fueron madres antes de cumplir 20 años, ya que suelen alcanzar menores niveles educativos, menores niveles de inserción laboral y menores salarios, en comparación con aquellas que postergan su maternidad hasta la vida adulta joven.
En este contexto, Jesika de 30 años, afirma que “una mujer necesita tener sus propios ingresos, tener educación y ser independiente económicamente, eso permite el empoderamiento”. En su caso, se ha enfocado primero en hacer realidad un proyecto de vida profesional. “Hacemos planificación con mi pareja y hemos hablado de tener hijos, pero no ahora porque no es el momento”, afirma.
Ella es lideresa de un emprendimiento innovador denominado Warmi empollerada, cuyo objetivo es empoderar a las mujeres, a partir de su identidad y raíces culturales. Las warmis empolleradas revalorizan el uso de la pollera y forman una red de embajadoras del turismo en Bolivia.
La historia de estas tres generaciones de mujeres es la expresión de los cambios positivos que ha logrado el país en las últimas décadas. Igualmente, revela los desafíos que enfrentan las mujeres bolivianas a la hora de tomar decisiones informadas. A través de sus cuerpos y vivencias, vemos cómo la salud sexual y reproductiva puede marcar la línea entre la vida y la muerte.
Para Pablo Salazar Canelos, Representante del UNFPA en Bolivia, “la vida de toda madre puede ser salvada si ejerce plenamente sus derechos sexuales y derechos reproductivos; si accede a cuidados obstétricos de calidad bajo un enfoque intercultural; si puede ejercer plenamente su autonomía corporal para tomar decisiones sobre su salud y acceso a la anticoncepción y planificación familiar de forma adecuada; si recibe información de manera oportuna; y, sobre todo, si cada persona reconoce la importancia que tiene el ejercicio de los derechos humanos”.