PORT-AU-PRINCE, HAITI (19 de enero de 2010) - Dientola Astrel, una mujer embarazada de 29 años, dice que estaba caminando, cuando el devastador terremoto azotó Haití. Regresó rápidamente a casa para ver a su familia y descubrió que su marido había conseguido sacar a su hija de nueve años de la casa antes de que ésta se derrumbase. Pero el alivio fue sólo parcial, su madre y sus hermanos estaban desaparecidos desde que estalló el desastre.
Sin hogar y preocupada por la salud de su hijo y la suya propia, se dirigió al Hospital de la Paix en el barrio de Delmas, uno de los pocos hospitales de Port-au-Prince que siguen funcionando, aunque desbordado por las víctimas del desastre. Dientola tiene una enfermedad del corazón, y su médico le había recomendado que acudiera al hospital mucho antes de salir de cuentas. Ahora, con poco más de 39 semanas de embarazo, y espoleada por el sismo, no lo ha dudado. Lleva tres días acampando en el patio del hospital, rodeada por las víctimas del desastre y sus familiares, a la espera de dar a luz.
No sé a dónde más ir, así que me quedaré aquí", dijo.
A pesar de sus pérdidas y su condición cardiaca, Dientola es una de las pocas afortunadas que tienen acceso a los servicios de salud materna en la capital haitiana afectada por el desastre. El UNFPA, Fondo de Población de las Naciones Unidas, estima que hay unas 37.000 mujeres embarazadas entre las personas directamente afectadas por el terremoto. A raíz de los desastres, muchas mujeres no tienen otra alternativa que dar a luz sin atención adecuada, a menudo en condiciones insalubres. Si surgen complicaciones, las consecuencias pueden ser fatales, lo que vendría a engrosar la ya desorbitada cifra de víctimas mortales producto del seísmo.
El Fondo está proporcionando suministros de asistencia clínica y atención obstétrica de emergencia, así como artículos de higiene para la población afectada.
En realidad, la necesidad de ayuda es una urgencia que se extiende a todos los ámbitos. La gente deambula por las calles de Port-au-Prince en busca de familiares, comida, agua, asistencia médica y cualquier ayuda que se pueda encontrar. El azul intenso del cialo caribeño Caribe y la cálida luz del sol contrastan con la muerte y la destrucción que reinan en esta ciudad devastada. Muchas personas usan máscaras o retales de tela para cubrirse la nariz y la boca y protegerse del hedor de cadáveres en descomposición.
La asistencia está finalmente llegando y se está logrando coordinar esfuerzos para hacer efectiva la ayuda humanitaria, pero es inviable pensar una fórmula mágica que mitigue a corto plazo efectos devastadores de este terremoto. Las dimensiones de este desastre superan con mucho las tragedias vividas en mucho tiempo.
-- Trygve Olfarnes
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