BOGOTA, Colombia –Solani Zapata escuchó acerca de la mutilación genital femenina por primera vez al dar a luz a su hija. Su suegra insistió en que debía cortar el clítoris a su bebé recién nacida. Horrorizada, la señora Zapata se rehusó a ello.
Ella y su familia son de la etnia Emberá, un grupo indígena históricamente empobrecido y marginado. Muchos de sus integrantes carecen de acceso a servicios de salud y educación. Las comunidades más aisladas tienen poco conocimiento acerca de la salud sexual y reproductiva o los derechos humanos, lo que los hace vulnerables a prácticas nocivas como la mutilación genital femenina.
La mutilación genital femenina de ninguna manera es universal entre los Emberá. La Sra. Zapata, que nació en el municipio occidental de Marsella, comenta que su madre y su abuela jamás le hablaron de ello.
Sin embargo, entre las comunidades que practican la mutilación genital femenina, la práctica es persistente. Conocida como “cortar el callo” o “curación”, su objetivo es evitar que los genitales de una niña crezcan y se transformen en los de un niño. También se cree que evita la infidelidad.
“Es por eso que acostumbraban cortarlo” Irene Guasiruma, del Departamento de Valle del Cauca, le dijo al UNFPA. “Porque si se los cortan, no se excitarán sexualmente”.
Sin embargo, la práctica es peligrosa. “Existen consecuencias graves,” afirma Gloria Patricia Morales Medina, trabajadora social del hospital San Vicente de Paul en Mistrató. “La muerte, infecciones mayores y pérdida de satisfacción sexual”.
También se pueden presentar dolor intenso, hemorragia, complicaciones durante el parto y muchos otros problemas.
Las mujeres salen de las sombras
Las comunidades Emberá que practican la mutilación genital femenina lo hacen veladamente, por lo que no existen estadísticas confiables acerca de cuántas niñas resultan afectadas. Pero en aquellas áreas en las que se sabe que ocurre la práctica, hasta dos de cada tres mujeres Emberá han sufrido mutilación, de acuerdo con estimaciones al 2012 de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC).
Y los peores casos acaparan los titulares: En 2007, dos niñas del municipio de Pueblo Rico murieron de infecciones provocadas por la mutilación genital femenina, lo que atrajo la atención pública a la práctica.
En respuesta a ello, el UNFPA, junto con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y el Consejo Regional Indígena de Risaralda, lanzaron el proyecto Emberá Wera, que significa “mujer Emberá”. El programa trabaja con mujeres, abuelas, parteras tradicionales y autoridades indígenas para poner fin a la práctica.
Las mujeres líderes son esenciales en este esfuerzo. Sin embargo, a solo unos años de haber iniciado, es probable que ese trabajo no haya dado frutos, ya que los consejos indígenas regionales estaban dominados por hombres.
“Las mujeres sencillamente se presentaban y se sentaban calladitas, mientras los hombres hablaban un poco de todo,” explica la Sra. Zapata.
“No queríamos que los hombres continuaran liderando los esfuerzos para abordar los temas relacionados con las mujeres. Tenemos mujeres con la capacidad para hacerlo”.
A las mujeres no se les permitía asumir posiciones claves sin el permiso de sus esposos. Pero la Sra. Zapata estaba separada del padre de su hija. “Tú puedes hacerlo,” le dijeron otras mujeres. “No tienes marido”.
Se convirtió en asesora regional en temas relacionados con las mujeres del Consejo Regional Indígena de Risaralda.
Un sentido de empoderamiento
Con el apoyo del UNFPA, la Sra. Zapata y un puñado de otras mujeres comenzaron a viajar a diferentes comunidades Emberá para promover el diálogo y la educación acerca de las consecuencias de la mutilación genital femenina.
“Al principio, fue verdaderamente difícil,” relata la Sra. Zapata. “Nadie quería hablar del tema”.
Pero poco a poco la gente comenzó a abrirse. El tema llevó a conversaciones acerca de temas relacionados, incluyendo la salud sexual y reproductiva, la violencia de género, y la igualdad entre los géneros.
De manera gradual, el proceso llevó a las mujeres a reflexionar acerca de sus derechos y su papel en la toma de decisiones, comenta la Sra. Zapata al UNFPA. Y añade que eso le dio a ella, y a muchas otras mujeres, la confianza para hablar abiertamente, exigir un cambio y convertirse en líderes.
El UNFPA también trabajó con hospitales y organizaciones indígenas para promover la detección y el reporte tempranos de casos de mutilación genital femenina. Adicionalmente, se organizaron sesiones de capacitación para ayudar a funcionarios gubernamentales y miembros de las comunidades –incluidos trabajadores de salud tradicionales y otros– a aprender acerca de la mutilación genital femenina y temas de género relacionados.
Progreso y más trabajo por hacer
Desde entonces, la práctica ha sido abandonada en muchas comunidades.
“Aquí ya no lo hacemos,” afirma Amanda Guasiruma Gaisama, del Valle del Cauca. “Los adultos saben que, si se hace aquí y algo le sucede a la niña, existen consecuencias... Sabemos que no es normal para una niña, aunque sea parte de una tradición”.
No obstante, la práctica sobrevive en ciertas zonas del país, con casos reportados periódicamente por centros de salud.
El UNFPA, las autoridades indígenas y mujeres como la Sra. Zapata continúan realizando esfuerzos para poner fin a la mutilación genital femenina de una vez por todas.
“Nosotras como mujeres no podemos maltratar a nuestros hijos, a nuestras niñas,” afirma Marinela Panchi Cortés, una mujer Emberá. “Las niñas deberían crecer tal como vinieron al mundo”.